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La basura no se guarda | Arena Suelta

Fany Almazán

Luciérnaga Noticias

POR TAYDE GONZÁLEZ ARIAS 
 
La mayoría de las personas sabemos lo que nos conviene, y trabajamos por lograr lo que nos es más conveniente en la vida, y aunque la lucha debe incluir obtener aquello que no sólo nos satisfaga de manera particular, sino que sea de beneficio social, hay cosas que debemos aceptar e ir cambiando para convertirnos en seres de luz, cuya positividad irradie a nuestro alrededor una incandescencia suficiente para ser bienvenidos en cualquier sitio. 

Entre los cambios que valen la pena adoptar encontramos el de aprender a desechar, es decir a sacar de donde se guarden todos aquellos resentimientos o malos recuerdos que nos impiden alcanzar la felicidad.

Si somos conscientes de que la vida es corta, y de que no podemos malgastarla odiando o guardando basura que terminará siendo maloliente, estamos adoptando una forma de ver la vida en la que fácilmente desechamos los daños que nos han hecho y depositamos en el basurero lo que no tiene razón de ser en nuestra existencia. 
Si guardamos lo malo que nos pasó, o el mal que nos hicieron, cuando lo traemos otra vez a colación volvemos a tener ese sabor amargo o ese dolor, sin embargo, si lo que recordamos es la buena obra que nos hicieron, el buen gesto que tuvieron con nosotros o las bendiciones recibidas, lo único que podremos prodigar u ofrecer será una sonrisa y un gesto de agradecimiento. 

La cara se va volviendo dura, la vejez llega más rápido y la gente se aleja de las y los que no saben perdonar, porque lo único que pueden ofrecernos es un carácter tan rígido y grotesco que aunado a la mala energía termina haciendo que sean personas solitarias, que viven hundidas en la mala entraña que decidieron tener. 

Así como aprendemos a asear nuestro cuerpo, a perfumar el aura, o limpiar cada parte de nuestras áreas corpóreas, hemos de hacerlo con lo que guardamos en nuestra mente. Pues de eso depende la luz de nuestra mirada, la magia de la sonrisa o lo terso de una caricia. 

No le podemos pedir paz al que vive con guerras internas, y no podemos ganar una batalla sino tenemos el triunfo al dominar nuestras emociones. 

Si es necesario debemos orar, si se requiere eduquemos el alma, enfoquemos nuestros trabajos a la salud psíquica, al dominio de las emociones, para no ser víctimas del coraje, para actuar enojados para evitar que por causa de un momento estropeemos amistades de amos y alejemos de nuestro lado a la gente que decimos amar. 

A partir de hoy, expulsemos los malos recuerdos o pongámoslos en la papelera de reciclaje para ser sacados según nuestros tiempos o procesos lo más pronto posible, suprimiéndolos por lo mejor que hemos recibido de los demás, no demos tregua a la restauración que nos vuelva al camino del odio o el coraje por alguien más. 

Si logramos quitar definitivamente de nuestros recuerdos las ofensas recibidas, podremos vivir en paz una vez que dejaremos de ser presas de aquél o aquella que nos lo causó, es decir, no permitamos que tengan poder sobre nosotros los miserables que teniendo una vida de hilachos nos quiera ensuciar la existencia. 

Perfumemos el camino de nuestra larga o corta existencia, con la fragancia que sólo otorga el perdón, ese aroma que tiene un costo incalculable por el valor que otorga la tranquilidad que ofrece. 

Si le damos prioridad a los buenos actos y recuerdos tendremos con que hacer frente a los accidentes o malos ratos que sean inevitables o nos toquen pasar, es decir contaremos con reservas que nos revitalicen frente a los bajones de energía positivas que se nos vayan presentando. 

Es verdad que hay cosas que no están a nuestro alcance, y que existen grandes cambios sociales provocados por elementos macro que nosotros no podemos pausar o detener, pero nuestra maquinaria emocional, casi siempre es un andamiaje que cada quien tenemos la facultad de encauzar, reiniciar y provocar que nos produzca sanas sensaciones. 

No se trata de no tener conciencia, pero tampoco de que una falsa madurez haga que no se superen los problemas del pasado, que son mejor esfumar, para permitir entrar a la gratitud y la felicidad que nos ha brindado esa gente que nos ayudó cuando no teníamos o podíamos, quien nos tendió la mano sin conocernos o nos defendió frente a la arbitrariedad. 

Ojalá que el mundo encuentre más motivos para ser feliz, para sonreír y agradecer, vamos pues, para ser feliz, y no para seguir hundiéndonos en la miseria humana del odio que nos separa, nos mata y nos asfixia.