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La relación entre la siembra, el cuidado y la recompensa en la gastronomía mexicana

Fany Almazán

Luciérnaga Noticias

En esta temporada, cuando el sol acaricia los campos y las cosechas maduran, llega el momento de saborear los tesoros que la tierra nos ofrece. Los uchepos, esos tamales de maíz tierno envueltos en sus mismas hojas verdes, se deshacen en la boca con la dulzura de la dedicación. Los elotes, asados al fuego, se visten con crema o mayonesa, queso y chilito, y cada bocado es un abrazo a la naturaleza.

Pero detrás de cada bocado hay manos laboriosas. Los productores, conocedores del campo como un antiguo poema, han barbechado la tierra, han preparado el terreno con paciencia y han sembrado con esperanza. Han seguido el proceso desde el inicio, como guardianes de un secreto ancestral.

Y cuando finalmente se sientan a la mesa, rodeados de familia y amigos, el sabor es diferente. No es solo maíz y chile; es el esfuerzo convertido en alimento. Es el orgullo de decir: “Esto lo produje yo”. Es el aroma de la tierra y el amor tejido en cada grano.

Así, en el deleite de un platillo casero, se celebra la conexión con la naturaleza y la gratitud hacia quienes trabajan la tierra. Porque, lo más hermoso es saborear lo que uno mismo ha producido.